lunes, 17 de noviembre de 2008

Hoy todo el hielo en la ciudad


No me extrañaría que alguien haya leído el post anterior y pensado que quién escribe es un facho. O no. Tal vez haya pensado que a este blogger le gusta el chiste fácil. O quizás no, puede que le haya gustado y hasta se haya reído un poco. La cuestión es que un poco por esto y otro poco no sé porqué voy a salirme un poco de mi libreto, del verosímil de este solitario blog (un tanto por su nombre y otro por su exigua cantidad de lectores). Así que dejo las máximas para otro momento.
Todo comienza un miércoles a las seis de la tarde. Mi chata Renault 19 se arrastra como puede para llegar al corazón de la ciudad de Buenos Aires. Su conductor olvidó el hecho de que una manada de habitantes de la villa 31 se encontraba en ese mismo momento con las pancartas al viento sobre la autopista Illia. En realidad no sé si había tanto viento. Pero suena bien. Cuestión que no había by pass que sirviera para llegar al centro, así que diástole, sistolé y bocinazo mediante agarró por el puerto. Tráfico de mierda, puteadas, bochorno mayor, motochorros en contramano, caos, la ciudad... El solitario conductor recorrió toda la ciudad para finalmente estacionarse a un par de cuadras de la Avenida Corrientes y Paraná, punto al que acudía con el objetivo de escuchar una charla del poeta de dudoso renombre, Raúl Santana. Aprovechó los minutos que le quedaban hasta las y media para ver algunos extractos del primer tiempo de Diego Maradona como DT de la Selección Argentina. La gente se atestaba frente a los bares y las vidrieras. Había una gran expectativa. Un vagabundo que espiaba tímidamente a través de la ventana de un bar le contó que la selección estaba jugando lindo, y ganaba 1 a 0. No tenía la más puta idea quién había metido el gol. El televisor era muy pequeño y apenas se veían las patas de los cotizados jugadores patalear. Siempre me pregunté como hacían los relatores para saber quién era cada jugador. Esa situación no terminó con mi duda. Había otro hombre que espiaba el televisor con una radio pegada a la oreja. Luego me ubiqué frente a un negocio de electrodomésticos donde la vista era más privilegiada: un LSD de 44 pulgadas. Había otro televisor del mismo tamaño donde Macri en conferencia de prensa explicaba porque no se podía edificar más en la villa 31. En otra podía verse a la manada avanzar por la autopista. Había una mezcla de empresariado, cadete y gente sin techo frente a la vidriera. Apenas se acercó un chino a cerrar el negocio, la gente se fue dispersando. Faltaban quince para que finalizara el primer tiempo cuando dejé el lugar. El partido seguía 1 a 0 arriba.
La reunión con el veterano poeta era en El gato negro, un bar antiguo sobre la Avenida Corrientes donde abunda el olor a café. Se venden toda clase de semillas y yerbas, y anda a saber si no esconden toneladas de efedrina en el depósito. No me voy a detener en el contenido de la charla. Sólo voy a rescatar que el expositor hizo una defensa a ultranza del poeta peruano César Vallejos y calificó a Neruda de "huevón y pelotudo", además de recitar poesía a mansalva con una memoria prodigiosa y dejar caer una lágrima a cada rato.
Hago una elipsis hasta las nueve y media. Apenas apareció la mujer del poeta con fama de mujeriego, este se disculpó y finalizó la charla. La sala irrumpió en aplausos. Debo confesar que mi aplauso tuvo un significado más de alegría por la finalización de la charla, que de congratulación. Le dije a la gente del taller literario que debía ir a un lugar y quedamos en encontrarnos en un bar de la esquina donde se comen unos panchos de la san puta.
Nadie supo lo que hice en ese tiempo, salvo por ahí algún transeúnte atento. Mi intención era buscar un negocio donde venden discos de vinilo. Hacía unas semanas había visto unos de los Rolling Stones. Pero luego de caminar dos cuadras y no encontrar el local empecé a ponerme nervioso, por no decir que empece a perder la cabeza. Corría desaforado cual lateral derecho cuando agarra la pelota. Recuerdo las mejores épocas del Pupi Zanetti, pero ya no corre tanto, por no decir que ya no le quedan piernas. También las melodías fluían por mi cabeza. "I can't get, no satisfaction..." o "She is like a rainbow". De golpe llegué al obelisco. No lo había encontrado. Me pareció raro porque había estado ahí dos semanas antes. ¿Habría sido solo un sueño? Me di vuelta y seguí corriendo y cantaba "solo hay estrellas, solo hay estrellas", una canción de mi autoría inspirada en la frase de Nietzsche que dice que "a los artistas sólo le quedan las estrellas".
Cuando estaba a media cuadra del bar donde estaban mis amigos comiendo un superpancho vi el negocio en cuestión, tenía la persiana a medio cerrar y la dueña estaba en la puerta. Pero no me animé a entrar. En el kiosco, mis amigos me esperaban con unos suntuosos panchos.




No hay comentarios: